La dignidad del conocimiento en la educación superior
La evolución social de la especie humana arriba temporalmente a tiempos de cierta
estabilización a los que Kuhn podría considerar como tiempos regidos por
paradigmas particulares que le dan un sentido a todo lo que nos distingue como
especie. Quizá, como bien apuntaba Fromm, ese sentimiento de separatidad
utiliza como subterfugio a los paradigmas que le dan sentido a la presencia
humana en la Tierra, ya que perdimos la plenitud de existir vinculados al orden
natural. En el proceso evolutivo es insoslayable que tanto las ideas como las
acciones adquieren formas y dimensiones distintas. El ser humano es un ser
creador y transformador por naturaleza. No nos sorprenda entonces que los
paradigmas que nos proveen de estabilidad y seguridad sean también víctimas de
la tendencia transformadora humana. Esto nos lleva a considerar aquello de que
lo único estable en la naturaleza es el cambio.
En lo relacionado al ámbito educativo, este
siempre ha estado alterado, modificado y redefinido por los movimientos en lo
social, por la evolución propia de las sociedades que va poniendo el foco en
distintos espacios de interés relacionados, a su vez, con nuevos encuentros,
con lo antes no conocido o de descubrimientos en el devenir científico y
tecnológico. El educativo es un ámbito sensible a todo lo que acontece en la
vida humana, desde la cantidad de personas que habitamos el planeta hasta la
manera en que lo habitamos. Por lo tanto, no ha de arrobarnos sobremanera las
nuevas circunstancias que están poniendo en cuestión al sistema educativo
tradicional. Es más, no caigamos en un cuestionamiento simple por dejarnos
llevar por la corriente que a los gritos nos dice que ya no es lo mismo, que
los estudiantes no son los mismos, que los padres no son los mismos, que los
propios profesores no son los mismos…, que el mundo es otro y nosotros habremos
de saber andar en él con sus nuevas condiciones.
Considero que es relevante aprender a
cuestionar, incluso saber angustiarnos, sin ceder a la necesidad imperante de
darle un giro a todo el sistema para “estar a la vanguardia”. Es imperante
hacer un análisis profundo de lo que está aconteciendo y de lo que vale la pena
y es fundamental conservar y de lo que ya no es posible sostener por obsoleto,
pero lejos del discurso de “ganarnos a las nuevas generaciones”.
Sí. Hoy habitamos un mundo globalizado en el
que es una delicia participar si tenemos las posibilidades tecnológicas para
hacerlo. Participar en grupos con gente de países a los que nunca hubiéramos
podido viajar y construir ideas, proyectos, esperanzas y anhelos en un
colectivo internacional, es una maravilla. Por supuesto que encierra sus
peligros, por ejemplo, cuando un grupo político o económico va posicionándose y
de pronto parece haber un nuevo orden mundial relacionado con cuestiones que
afectan profundamente a la sociedad en su conjunto, es angustiante. Pero
también emergen otros movimientos que se van consolidando en la contraofensiva
y que también consiguen posicionarse. Y entonces uno tiene la posibilidad de
elegir alguno de los grupos o de mantenerse expectante.
Sin embargo, uno de los riesgos que entraña
esta globalización, desde mi punto de vista y conjuntándolo con mi experiencia
de vida, es la importación de formas, sistemas, métodos que se posicionan por
alguna razón en la esfera globalizada y que se traen a la realidad de un país
en el que no encajan o en el que no deberían de estar. Por ejemplo, yo estudié
mi primera carrera entre 1996 y 2006 (lo sé, me tomé mi tiempo, pero esa es
otra historia). La carrera es Ciencias de la Educación. En aquel entonces, el director
de la Unidad de Investigación Educativa estaba fascinado estudiando el modelo
de Cambridge. Comenzaba a hablarse de las competencias y de la calidad
vinculadas a la educación, pero en la realidad, Vygotski y Piaget seguían
rigiendo en el universo de la didáctica (aunque ninguno de los dos escribiera
para los maestros sino como parte de sus desarrollos en investigación).
En alguna materia estudiamos el modelo
mencionado, exploramos con documentales (no había internet como ahora, ni
siquiera andábamos con celulares) el funcionamiento aquella universidad. Muy
interesante para los habitantes del campus inglés. La cuestión era, ¿cómo traer
la idea de calidad a las universidades mexicanas (particularmente a la
Universidad Autónoma del Estado de Morelos)? Discutimos mucho en clase al
respecto. Éramos los futuros investigadores de la educación y diseñadores de
currículos escolares. No pasó de ser una idea. Con el tiempo, en la Unidad de
Investigación Educativa se conformó un espacio para el estudio de la calidad en
la educación superior.
Terminé mi carrera, me fui a seguir avanzando
en mi camino profesional y, cuando regreso en el 2019 a estudiar otra carrera,
me encuentro con una impresionante realidad: los aspirantes a modalidad
presencial tienen que dedicarse de lleno a sus estudios, pues en la “nueva
onda” escolar, eligen sus materias (en algunos casos) y no tienen un horario clásico:
matutino o vespertino, sino que tienen clases en cualquier momento de la
jornada diurna (mañana o tarde). Tal como si vivieran en el campus
universitario, mantenidos por una cuantiosa beca o unos papás con suficientes
fondos… muy, muy, muy “Cambridge” el asunto, pero en medio de la realidad
mexicana.
Yo simplemente no hubiera podido estudiar, pues
en aquel entonces (cuando hice mi primera carrera) trabaja en las mañanas y
elegí una carrera en horario vespertino. ¿Qué hubiera sido de mí si me hubiera
tocado una modalidad tan “buena y de tanta calidad”?
Nos quejamos de que la adolescencia se ha extendido, de que las nuevas generaciones no saben comprometerse, “no aguantan” nada, no saben hacerse cargo de sí mismos; necesitan tan poco para sobrevivir (todo les resuelven en casa) que sus cerebros no han activado el modo reflexivo, ese que se activa cuando tienes que resolver tu día a día, cuando trabajas y haces lo posible porque no te corran, cuando ves a qué hora estudias porque tienes pendientes laborales o familiares, y que al final te habilitan PARA LA VIDA. No. Lejos de sostener nuestras universidades en la dignidad de la MÁXIMA CASA DE ESTUDIOS la transformamos conforme a una realidad que no es la nuestra y nuestros estudiantes no conocen el mundo “de adeveras” hasta que no concluyen la carrera, eso si no eligen una maestría y continúan al margen de la realidad laboral, profesional, humana, formativa, de la vida autónoma. Es inaudito.
Asimismo, decía de la dignidad universitaria
porque no estoy de acuerdo con las propuestas que apuntan a centrarse en el
aprendizaje y en el estudiante en el nivel universitario. Simplemente no puedo
con eso, no creo en ello y hay elementos para considerar que estamos errando
fuertemente el camino. Otro ejemplo, ¿qué está pasando en la última década con
los métodos Montessori y Waldorf? Ambos surgen en un momento particular del
devenir socio-histórico. Sus propuestas aparecen como una forma de responder a
la realidad paradigmática que imperaba, como una alternativa para salvar a las
infancias (Montessori) y a la sociedad en su conjunto (Waldorf) de las
condicionantes de su época. Sin embargo, en la actualidad (desde hace una
veintena de años cuando menos) los padres ya no son aquellos padres
inflexibles, duros, indiferentes, exigentes, etc. que había cuando surgen estos
métodos. Ahora tenemos padres que no saben colocar su autoridad, que desean que
sus hijos sean felices a costa de lo que sea, que atropellan al mundo si
consideran que éste ha incurrido en una falta con sus hijos.
¿Estas generaciones de niños y adolescentes
requieren de lo que ofrecían Montessori y Steiner el siglo pasado? No lo creo.
Entonces tenemos niños y familias rebasados que terminan con un diagnóstico y
muchas de las veces con un tratamiento médico. ¿Qué creo entonces? Me parece
que sí es pertinente que los niños de educación básica y que los adolescentes
de educación media superior tengan espacios de cobijo (regulado, claro, no
necesita el mismo cobijo un niño de preescolar que uno de media superior). Y
con cobijo me refiero a que, como se va a cubrir un currículo escolar que no
les interesa pero que lo requieren para continuar avanzando en sus estudios, no
está de más hacer este conocimiento indeseado menos amargo y más atractivo. Sin
embargo, esto es ridículo al llegar a la universidad.
Alguien que ha elegido una carrera
universitaria debería entrar al rigor que la vida profesional exige y hacerse
cargo de resolver sus problemas atencionales para que no sea dado de baja.
Encontrar la manera de construir su camino formativo y laboral a partir de sus
propios intereses (o de lo que cree que es su interés y que ya irá descubriendo
si acertó o no). Desde el examen de admisión me impactó cuántas veces la
aplicadora nos dijo en tono de enfado que no utilizáramos algo que no fuera tal
lápiz o nos anularía el examen, como si ella fuera a sufrir las consecuencias.
El que entendió, entendió y el que no ya tendrá otra oportunidad. Entonces,
insisto, afirmo, fuerte y claro, que no estoy de acuerdo con estas tendencias
de hacer asequible la educación superior para lidiar con el perfil de los
nuevos estudiantes. Abogo por mantener la exigencia y obligar a la sociedad a
sacudirse para buscar un lugar. Pero también abogo por eliminar esta nueva
forma de estudiar todo el día y no poder buscar un trabajo.
Otro aspecto más de la nueva forma en educación
superior es la “movilidad” de los docentes. Es triste que ya no se pueda quedar
un docente (claro, para ello es necesario tener profesionales con trayectoria y
que estén activos en sus áreas como los médicos que imparten clases en
medicina) con la misma materia muchos años, que haga cátedra, que ilustre a los
aprendices con su saber, con su experiencia, con su trayectoria. Esto de mover
cada semestre a quienes imparten materias no les permite casarse con una, volverse
ellos mismos el espíritu de la asignatura que será inhalado y exhalado mil
veces en cada clase. Esto es triste, muy triste. ¿En qué resultados se sostiene
este nuevo modelo? Y luego la evaluación de los estudiantes a los profesores es
de lo más indigno que hay porque el profesor universitario (profesional,
investigador, erudito en la materia) no tiene por qué ser sometido a este
procedimiento como si fuera un empleado del banco o de Izzi. Es indigno,
descoloca al estudiante, le entrega un poder que no debería tener porque no lo
sabe usar. Si estamos hablando de muchachos que no han sido “destetados”
podemos imaginar lo que pueden hacer con este instrumento en sus manos. No. No
debe ser así. Es el mundo al revés. El que evalúa es el catedrático, el
docente.
Si el conocimiento deja de ser estable, escaso
y lento nosotros lo que deberíamos hacer es una depuración de lo que sostiene a
las disciplinas científicas o humanísticas y comunicar, enseñar, transmitir
eso, lo clásico, los fundamentos, lo demás lo van a encontrar los estudiantes
en su tiempo presente o lo van a construir. No caigamos en la vorágine, no
replanteemos lo que enseñamos, no perdamos identidad, sentido, tradición. Que
la institución educativa deja de ser el único canal para entrar en contacto con
el conocimiento, ¡qué bien! El mundo es mucho más amplio. Explorémoslo en la
medida en que los estudiantes encuentren lo que hay más allá de los límites de
la cátedra, que le den a su juventud el sentido de contrapropuesta, de
construcción de ideas, de novedad ante lo tradicional. No les ganemos la partida
incluyendo nosotros lo que ellos pueden encontrar por sí solos. Qué bien
también que el docente ya no sea el único discurso, pero que esto no lo mueva
de ser EL docente, el experto, que sea capaz de recibir lo nuevo cuando los
estudiantes lo plantean. No dejemos que la globalización nos avasalle;
recuperemos también lo nacional, lo identitario, aunque nuestros estudiantes
sean multiculturales, démosles un referente de donde asirse, quizá así
disminuyan los índices de suicidios.
La globalización, la revolución tecnológica y
la multiculturalidad son las nuevas condiciones del escenario escolar.
Dejémoslas así, como las nuevas condiciones, ya irán permeando lo que tengan
que permear, pero no las convirtamos en el foco de las innovaciones. Las
universidades deben conservar su rol formativo, ya no didáctico, eso es para
los niveles anteriores; ellos que se rompan la cabeza para meter conocimiento
no deseado en un cerebro que está interesado en otras cosas del mundo más
vivas, más deseables. Mantengamos las universidades como lugar de culto del
conocimiento que sí se busca motu proprio. Nuestros estudiantes irán por
sí mismos construyendo lo que viene. No nos toca a nosotros darle sentido a un
Montessori que ya no lo tiene. Las juventudes no necesitan ser el foco,
necesitan insertarse en la sociedad, tener un trabajo, saberse aprendices,
futuros profesionales.
Hasta aquí mi participación. Me he extendido
demasiado, pero es un tema que me apasiona. Cierro este texto enunciando algunas
funciones del docente universitario que considero relevantes: a) ser
docente-investigador y estar activo profesionalmente en la disciplina que
representa para ser ejemplo vivo, inspiración para sus estudiantes; b) ser
exigente con quienes aspiran a ocupar un lugar profesional en la sociedad; c)
reconocer a quienes están ganando el pan que comen o la cerveza que se beben y
que además cumplen con su formación universitaria; d) sostenerse en lo
tradicional y permitir a sus estudiantes que sean ellos quienes propongan o
traigan a clase lo nuevo, lo alternativo y darle un lugar cuando sea así; e)
enfocar la exigencia y la evaluación en la calidad de los análisis, de las
reflexiones, de las indagaciones y no de cuestiones como la atención, la
puntualidad o la asistencia para no “maternar” a los estudiantes, sino para
formarlos como profesionales; f) promover actividades extra clase vinculadas a
la disciplina como conferencias, visitas a centros, conversatorios, foros,
películas, etc.; g) empaparse de la cultura viva de sus estudiantes sin renunciar
a la propia, abrirles espacio como son sin juzgarlos ni cuestionarlos
entendiendo que son generaciones diferentes, pero que esto no lo lleve a
cambiar su didáctica para “darles gusto” o “darles por su lado”, y h) leer,
leer, leer y continuar formándose porque esto siempre se permea a los
estudiantes.
Es posible redefinir lo que se está planteando
en las universidades. No es la presión de las nuevas condiciones lo que debería
ser motor del cambio, es la claridad en los propósitos y el mantenimiento de
roles sociales que le dan sentido a la vida de los hombres. Devolvámosle el
sentido a la juventud a través de la dignidad del conocimiento en la educación
superior.
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