La dignidad del conocimiento en la educación superior









 “(…) el objeto primero del análisis no son
las formaciones sociales, culturales, políticas,
sino sus efectos, y sólo en la medida en que
se traducen en el campo de la realidad psíquica.”

R. Kaës


La evolución social de la especie humana arriba temporalmente a tiempos de cierta estabilización a los que Kuhn podría considerar como tiempos regidos por paradigmas particulares que le dan un sentido a todo lo que nos distingue como especie. Quizá, como bien apuntaba Fromm, ese sentimiento de separatidad utiliza como subterfugio a los paradigmas que le dan sentido a la presencia humana en la Tierra, ya que perdimos la plenitud de existir vinculados al orden natural. En el proceso evolutivo es insoslayable que tanto las ideas como las acciones adquieren formas y dimensiones distintas. El ser humano es un ser creador y transformador por naturaleza. No nos sorprenda entonces que los paradigmas que nos proveen de estabilidad y seguridad sean también víctimas de la tendencia transformadora humana. Esto nos lleva a considerar aquello de que lo único estable en la naturaleza es el cambio.

En lo relacionado al ámbito educativo, este siempre ha estado alterado, modificado y redefinido por los movimientos en lo social, por la evolución propia de las sociedades que va poniendo el foco en distintos espacios de interés relacionados, a su vez, con nuevos encuentros, con lo antes no conocido o de descubrimientos en el devenir científico y tecnológico. El educativo es un ámbito sensible a todo lo que acontece en la vida humana, desde la cantidad de personas que habitamos el planeta hasta la manera en que lo habitamos. Por lo tanto, no ha de arrobarnos sobremanera las nuevas circunstancias que están poniendo en cuestión al sistema educativo tradicional. Es más, no caigamos en un cuestionamiento simple por dejarnos llevar por la corriente que a los gritos nos dice que ya no es lo mismo, que los estudiantes no son los mismos, que los padres no son los mismos, que los propios profesores no son los mismos…, que el mundo es otro y nosotros habremos de saber andar en él con sus nuevas condiciones.

Considero que es relevante aprender a cuestionar, incluso saber angustiarnos, sin ceder a la necesidad imperante de darle un giro a todo el sistema para “estar a la vanguardia”. Es imperante hacer un análisis profundo de lo que está aconteciendo y de lo que vale la pena y es fundamental conservar y de lo que ya no es posible sostener por obsoleto, pero lejos del discurso de “ganarnos a las nuevas generaciones”.

Sí. Hoy habitamos un mundo globalizado en el que es una delicia participar si tenemos las posibilidades tecnológicas para hacerlo. Participar en grupos con gente de países a los que nunca hubiéramos podido viajar y construir ideas, proyectos, esperanzas y anhelos en un colectivo internacional, es una maravilla. Por supuesto que encierra sus peligros, por ejemplo, cuando un grupo político o económico va posicionándose y de pronto parece haber un nuevo orden mundial relacionado con cuestiones que afectan profundamente a la sociedad en su conjunto, es angustiante. Pero también emergen otros movimientos que se van consolidando en la contraofensiva y que también consiguen posicionarse. Y entonces uno tiene la posibilidad de elegir alguno de los grupos o de mantenerse expectante.

Sin embargo, uno de los riesgos que entraña esta globalización, desde mi punto de vista y conjuntándolo con mi experiencia de vida, es la importación de formas, sistemas, métodos que se posicionan por alguna razón en la esfera globalizada y que se traen a la realidad de un país en el que no encajan o en el que no deberían de estar. Por ejemplo, yo estudié mi primera carrera entre 1996 y 2006 (lo sé, me tomé mi tiempo, pero esa es otra historia). La carrera es Ciencias de la Educación. En aquel entonces, el director de la Unidad de Investigación Educativa estaba fascinado estudiando el modelo de Cambridge. Comenzaba a hablarse de las competencias y de la calidad vinculadas a la educación, pero en la realidad, Vygotski y Piaget seguían rigiendo en el universo de la didáctica (aunque ninguno de los dos escribiera para los maestros sino como parte de sus desarrollos en investigación).

En alguna materia estudiamos el modelo mencionado, exploramos con documentales (no había internet como ahora, ni siquiera andábamos con celulares) el funcionamiento aquella universidad. Muy interesante para los habitantes del campus inglés. La cuestión era, ¿cómo traer la idea de calidad a las universidades mexicanas (particularmente a la Universidad Autónoma del Estado de Morelos)? Discutimos mucho en clase al respecto. Éramos los futuros investigadores de la educación y diseñadores de currículos escolares. No pasó de ser una idea. Con el tiempo, en la Unidad de Investigación Educativa se conformó un espacio para el estudio de la calidad en la educación superior.

Terminé mi carrera, me fui a seguir avanzando en mi camino profesional y, cuando regreso en el 2019 a estudiar otra carrera, me encuentro con una impresionante realidad: los aspirantes a modalidad presencial tienen que dedicarse de lleno a sus estudios, pues en la “nueva onda” escolar, eligen sus materias (en algunos casos) y no tienen un horario clásico: matutino o vespertino, sino que tienen clases en cualquier momento de la jornada diurna (mañana o tarde). Tal como si vivieran en el campus universitario, mantenidos por una cuantiosa beca o unos papás con suficientes fondos… muy, muy, muy “Cambridge” el asunto, pero en medio de la realidad mexicana.

Yo simplemente no hubiera podido estudiar, pues en aquel entonces (cuando hice mi primera carrera) trabaja en las mañanas y elegí una carrera en horario vespertino. ¿Qué hubiera sido de mí si me hubiera tocado una modalidad tan “buena y de tanta calidad”?

Nos quejamos de que la adolescencia se ha extendido, de que las nuevas generaciones no saben comprometerse, “no aguantan” nada, no saben hacerse cargo de sí mismos; necesitan tan poco para sobrevivir (todo les resuelven en casa) que sus cerebros no han activado el modo reflexivo, ese que se activa cuando tienes que resolver tu día a día, cuando trabajas y haces lo posible porque no te corran, cuando ves a qué hora estudias porque tienes pendientes laborales o familiares, y que al final te habilitan PARA LA VIDA. No. Lejos de sostener nuestras universidades en la dignidad de la MÁXIMA CASA DE ESTUDIOS la transformamos conforme a una realidad que no es la nuestra y nuestros estudiantes no conocen el mundo “de adeveras” hasta que no concluyen la carrera, eso si no eligen una maestría y continúan al margen de la realidad laboral, profesional, humana, formativa, de la vida autónoma. Es inaudito.

Asimismo, decía de la dignidad universitaria porque no estoy de acuerdo con las propuestas que apuntan a centrarse en el aprendizaje y en el estudiante en el nivel universitario. Simplemente no puedo con eso, no creo en ello y hay elementos para considerar que estamos errando fuertemente el camino. Otro ejemplo, ¿qué está pasando en la última década con los métodos Montessori y Waldorf? Ambos surgen en un momento particular del devenir socio-histórico. Sus propuestas aparecen como una forma de responder a la realidad paradigmática que imperaba, como una alternativa para salvar a las infancias (Montessori) y a la sociedad en su conjunto (Waldorf) de las condicionantes de su época. Sin embargo, en la actualidad (desde hace una veintena de años cuando menos) los padres ya no son aquellos padres inflexibles, duros, indiferentes, exigentes, etc. que había cuando surgen estos métodos. Ahora tenemos padres que no saben colocar su autoridad, que desean que sus hijos sean felices a costa de lo que sea, que atropellan al mundo si consideran que éste ha incurrido en una falta con sus hijos.

¿Estas generaciones de niños y adolescentes requieren de lo que ofrecían Montessori y Steiner el siglo pasado? No lo creo. Entonces tenemos niños y familias rebasados que terminan con un diagnóstico y muchas de las veces con un tratamiento médico. ¿Qué creo entonces? Me parece que sí es pertinente que los niños de educación básica y que los adolescentes de educación media superior tengan espacios de cobijo (regulado, claro, no necesita el mismo cobijo un niño de preescolar que uno de media superior). Y con cobijo me refiero a que, como se va a cubrir un currículo escolar que no les interesa pero que lo requieren para continuar avanzando en sus estudios, no está de más hacer este conocimiento indeseado menos amargo y más atractivo. Sin embargo, esto es ridículo al llegar a la universidad.

Alguien que ha elegido una carrera universitaria debería entrar al rigor que la vida profesional exige y hacerse cargo de resolver sus problemas atencionales para que no sea dado de baja. Encontrar la manera de construir su camino formativo y laboral a partir de sus propios intereses (o de lo que cree que es su interés y que ya irá descubriendo si acertó o no). Desde el examen de admisión me impactó cuántas veces la aplicadora nos dijo en tono de enfado que no utilizáramos algo que no fuera tal lápiz o nos anularía el examen, como si ella fuera a sufrir las consecuencias. El que entendió, entendió y el que no ya tendrá otra oportunidad. Entonces, insisto, afirmo, fuerte y claro, que no estoy de acuerdo con estas tendencias de hacer asequible la educación superior para lidiar con el perfil de los nuevos estudiantes. Abogo por mantener la exigencia y obligar a la sociedad a sacudirse para buscar un lugar. Pero también abogo por eliminar esta nueva forma de estudiar todo el día y no poder buscar un trabajo.

Otro aspecto más de la nueva forma en educación superior es la “movilidad” de los docentes. Es triste que ya no se pueda quedar un docente (claro, para ello es necesario tener profesionales con trayectoria y que estén activos en sus áreas como los médicos que imparten clases en medicina) con la misma materia muchos años, que haga cátedra, que ilustre a los aprendices con su saber, con su experiencia, con su trayectoria. Esto de mover cada semestre a quienes imparten materias no les permite casarse con una, volverse ellos mismos el espíritu de la asignatura que será inhalado y exhalado mil veces en cada clase. Esto es triste, muy triste. ¿En qué resultados se sostiene este nuevo modelo? Y luego la evaluación de los estudiantes a los profesores es de lo más indigno que hay porque el profesor universitario (profesional, investigador, erudito en la materia) no tiene por qué ser sometido a este procedimiento como si fuera un empleado del banco o de Izzi. Es indigno, descoloca al estudiante, le entrega un poder que no debería tener porque no lo sabe usar. Si estamos hablando de muchachos que no han sido “destetados” podemos imaginar lo que pueden hacer con este instrumento en sus manos. No. No debe ser así. Es el mundo al revés. El que evalúa es el catedrático, el docente.

Si el conocimiento deja de ser estable, escaso y lento nosotros lo que deberíamos hacer es una depuración de lo que sostiene a las disciplinas científicas o humanísticas y comunicar, enseñar, transmitir eso, lo clásico, los fundamentos, lo demás lo van a encontrar los estudiantes en su tiempo presente o lo van a construir. No caigamos en la vorágine, no replanteemos lo que enseñamos, no perdamos identidad, sentido, tradición. Que la institución educativa deja de ser el único canal para entrar en contacto con el conocimiento, ¡qué bien! El mundo es mucho más amplio. Explorémoslo en la medida en que los estudiantes encuentren lo que hay más allá de los límites de la cátedra, que le den a su juventud el sentido de contrapropuesta, de construcción de ideas, de novedad ante lo tradicional. No les ganemos la partida incluyendo nosotros lo que ellos pueden encontrar por sí solos. Qué bien también que el docente ya no sea el único discurso, pero que esto no lo mueva de ser EL docente, el experto, que sea capaz de recibir lo nuevo cuando los estudiantes lo plantean. No dejemos que la globalización nos avasalle; recuperemos también lo nacional, lo identitario, aunque nuestros estudiantes sean multiculturales, démosles un referente de donde asirse, quizá así disminuyan los índices de suicidios.

La globalización, la revolución tecnológica y la multiculturalidad son las nuevas condiciones del escenario escolar. Dejémoslas así, como las nuevas condiciones, ya irán permeando lo que tengan que permear, pero no las convirtamos en el foco de las innovaciones. Las universidades deben conservar su rol formativo, ya no didáctico, eso es para los niveles anteriores; ellos que se rompan la cabeza para meter conocimiento no deseado en un cerebro que está interesado en otras cosas del mundo más vivas, más deseables. Mantengamos las universidades como lugar de culto del conocimiento que sí se busca motu proprio. Nuestros estudiantes irán por sí mismos construyendo lo que viene. No nos toca a nosotros darle sentido a un Montessori que ya no lo tiene. Las juventudes no necesitan ser el foco, necesitan insertarse en la sociedad, tener un trabajo, saberse aprendices, futuros profesionales.

Hasta aquí mi participación. Me he extendido demasiado, pero es un tema que me apasiona. Cierro este texto enunciando algunas funciones del docente universitario que considero relevantes: a) ser docente-investigador y estar activo profesionalmente en la disciplina que representa para ser ejemplo vivo, inspiración para sus estudiantes; b) ser exigente con quienes aspiran a ocupar un lugar profesional en la sociedad; c) reconocer a quienes están ganando el pan que comen o la cerveza que se beben y que además cumplen con su formación universitaria; d) sostenerse en lo tradicional y permitir a sus estudiantes que sean ellos quienes propongan o traigan a clase lo nuevo, lo alternativo y darle un lugar cuando sea así; e) enfocar la exigencia y la evaluación en la calidad de los análisis, de las reflexiones, de las indagaciones y no de cuestiones como la atención, la puntualidad o la asistencia para no “maternar” a los estudiantes, sino para formarlos como profesionales; f) promover actividades extra clase vinculadas a la disciplina como conferencias, visitas a centros, conversatorios, foros, películas, etc.; g) empaparse de la cultura viva de sus estudiantes sin renunciar a la propia, abrirles espacio como son sin juzgarlos ni cuestionarlos entendiendo que son generaciones diferentes, pero que esto no lo lleve a cambiar su didáctica para “darles gusto” o “darles por su lado”, y h) leer, leer, leer y continuar formándose porque esto siempre se permea a los estudiantes.

Es posible redefinir lo que se está planteando en las universidades. No es la presión de las nuevas condiciones lo que debería ser motor del cambio, es la claridad en los propósitos y el mantenimiento de roles sociales que le dan sentido a la vida de los hombres. Devolvámosle el sentido a la juventud a través de la dignidad del conocimiento en la educación superior.


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