Realidad y razón: Variaciones sobre un mismo tema
por
lo que estaba evaluando si el placer de tejer una guirnalda
de margaritas le compensaría la molestia de
pararse e ir a recoger las flores, cuando súbitamente un
conejo blanco que tenía los ojos rosados pasó
corriendo con gran velocidad junto a ella.Nada
extraordinario había en todo eso, y también le
pareció que no era nada extraño el escuchar que
el conejo hablara y se dijera a sí mismo: ¡Dios
mío, Dios mío! ¡Voy demasiado retrasado!”
L. Carroll
¿Qué es la realidad?
¿Qué tan real es la realidad? ¿Cómo podemos tener la
certeza de que estamos teniendo una aproximación certera a la verdadera-real realidad? Estas son
cuestiones a las que el hombre ha venido buscando respuesta desde que tomó
conciencia de su capacidad de raciocinio. Infinidad de autores han dedicado
pocas o extensas palabras al estudio de la realidad y al diseño de métodos de
aproximación a la misma. René Descartes fundamentó su obra en un método que
parte del ejercicio de la razón como única posibilidad de acercamiento a la
verdad, de apropiamiento de la realidad.
En este texto, pretendo desarrollar la noción
de realidad como una construcción personal, tomando como elemento principal las
ideas de Descartes respecto a la razón. Para ello, en una primera parte
explicaré este concepto de Descartes fundamentando mis palabras en el Discurso del Método escrito por él
mismo. En la segunda parte haré una analogía del concepto de Descartes con dos
textos de autores actuales que abordan desde la literatura la interpretación de
la realidad; textos que marcaron en mi infancia y juventud mi relación con mi
propia manera de acceder a la realidad y de interpretarla, colocándome en el
terreno de la duda sobre lo perceptible y, aún, sobre lo razonable. No pretendo
defender ninguna posición (racionalismo o empirismo), simplemente deseo
compartir este análisis sobre la certeza de la realidad en la vida de un individuo.
René Descartes, filósofo francés, hombre de una
lucidez impresionante, dedicó su vida a encontrar la Verdad, la certeza, en un
mundo en el que las certidumbres comenzaban a derrumbarse. La teoría
heliocéntrica del sistema solar, puesta recientemente sobre la mesa, asumida
como nueva verdad científica, se estableció acompañada de la destronización de
las certezas, verdades o certidumbres impuestas por la Iglesia y que de alguna
manera conformaban un universo de realidades en las que el ser humano podía
apoyarse para darle un sentido a su existencia y a todos los avatares que en
ella surgen. En este contexto, Descartes desarrolla una teoría en la que
persigue a esta escurridiza certeza. Pretende demostrar cómo, para conocer el
mundo, para alcanzar la verdad, para construir certezas, el ser humano requiere
desaprender todo lo aprendido y reconstruir su conocimiento a partir de poner
en duda todo lo que ha recibido durante su vida a través de los sentidos. Descartes
afirma que éstos conducen al error, por lo tanto, uno debe poner en duda todo
cuanto han percibido, aun cuando estas percepciones estén ya conformadas como
ideas, preceptos o verdades en nuestro intelecto, es necesario dudar de ellos.
Y así, dudando de todo cuanto existe en el
pensamiento humano, lo que él considera como el ejercicio de la razón, Descartes
logra acceder a una primera certeza: puedo dudar de todo lo que existe, de
todos los constructos de mi mente, sin embargo, no puedo negar que yo esté
pensando; entonces, la primera certeza ineludible es que pensar es un acto
real, y al ser yo el sujeto que piensa, entonces surge aquella máxima que
evocamos siempre al nombrar a Descartes: “Pienso, luego existo.” Pensar
entonces confirma mi existencia. La razón, por tanto, es la manera en que yo
construyo mi realidad, poniendo en duda mis pensamientos y teniendo consciencia
de que aún estos están sujetos a error.
Ahora, es aquí donde hago una pausa para
introducir mis propios razonamientos respecto a la realidad cognoscente, el
contenido de los textos mencionados en la introducción y la analogía con el
pensamiento de Descartes. Pues bien, entonces, si la manera más válida,
certera, de acceder a la realidad es la razón, y si de esta razón se concluye
que la máxima verdad comprobable es que el acto de pensar es real aun cuando el
pensamiento que se genera no lo sea, entonces, ¿la realidad que percibe un
sujeto es real? ¿Podemos acceder a una apreciación manifiestamente real de la
realidad a través del uso de la razón? ¿Qué sucede en la vida social cuando se
enfrentan férreamente distintas posiciones frente a un mismo hecho confrontando
sus interpretaciones? ¿Existe al final de cuentas una sola realidad que no se
apegue a la idea fundamental de Dios y que se quede gravitando en el universo
de lo mundano?
Menciona el propio Descartes en su Discurso del Método: “(…) el acto del
pensamiento mediante el cual se cree una cosa es diferente del acto por el cual
conocemos que la creemos.” ¡Vaya palabras! ¡Vaya manera de instaurar la duda de
la propia razón que razona! Esta cuestión ha sido, durante mi vida, mi ballena
blanca, mi Moby Dick. En el transcurso de mi infancia y juventud, di con dos
textos que abonaron a esta certidumbre-incertidumbre vinculada con la
construcción de la realidad y con la incapacidad de determinar si es una sola o
si las diferentes versiones constituyen cada una, una realidad aparte que, al
final, dibujan la existencia del individuo que las construye.
El primero de estos textos corresponde a Khalil
Gibrán y se titula “El ojo”. Este texto contiene una de las maneras más
sencillas y bellas de mostrar cómo, en palabras de Descartes, los sentidos
tienden al error. Es un texto muy breve que narra cómo el ojo ve una montaña y,
al no poder oírla los oídos, olerla la nariz y sentirla el tacto, los tres
llegan a la conclusión de que algo anda mal con el ojo. Breve y claro como
suele ser lo escrito por Khalil Gibrán, este texto nos coloca frente a la
multiplicidad de realidades con las que nos enfrentamos cada día en nuestro
transitar social. Sin embargo, en el contenido de “El ojo”, sí hay una realidad
que es la real: la montaña sí existe, aunque los demás sentidos no puedan
percibirla. Y es entonces donde constatamos que Descartes está en lo cierto al
proponer a los sentidos como proclives al error.
Analicemos el segundo texto; este pertenece a
la obra literaria de Michael Ende y se titula “El pasillo de Borromeo Colmi”.
Leer a Michael Ende es saber que vamos a jugar con la realidad a unos niveles a
los que considero que solamente Borges puede llevarnos. Ende nos plantea en
este cuento, la creación de una geografía de realidades, haciéndonos ver la
complejidad de tal tarea al concebir que cada ser humano es poseedor de su
propia realidad y que sería prácticamente imposible trazar este mapa, pues cada
uno de nosotros nos movemos por la vida con nuestra realidad a cuestas. Ende narra
la historia de unos paseantes en Roma, en una ciudad en la que se dio un pedazo
de terreno a diferentes pensadores para que construyeran ahí su realidad. El
autor nos lleva al interior de una de estas realidades y nos hace constatar
cómo es una labor, por demás difícil, entender, hacer partícipe de nuestra
experiencia, la realidad de otro ser humano.
Y aquí retomo nuevamente las palabras de
Descartes en el Discurso del Método:
“Lo que hace que haya muchos que se convencen de que hay dificultad en conocer
a Dios, y asimismo en conocer qué es el alma, consiste en que no elevan jamás
su espíritu más allá de las cosas sensibles y que están acostumbrados a no
considerar nada sino imaginándolo, que es un modo de pensar particular para las
cosas materiales, hasta el punto de que lo que no es imaginable, les parece que
no es inteligible.” El lugar que concede Descartes a la imaginación como
defecto que nos impide conceptualizar, razonar, lo que no tiene lugar en la
memoria consciente y que, por tanto, es obstáculo para el convencimiento y para
el entendimiento, es supremo. Tantas dificultades suceden en la vida diaria
porque los seres humanos comunes y corrientes no tenemos esta capacidad para ir
más allá del mundo aparente, sensible, y llevar nuestro raciocinio a la
comprensión de otras realidades que no tienen asidero en la nuestra.
Para concluir, sostengo que la realidad es una
construcción del intelecto; que lo que sucede fuera de nuestros pensamientos
jamás adquirirá por sí mismo la noción de certeza. Afirmo y comparto el
concepto de razón de Descartes, pese a la ciencia y a los números, siempre hay
un dejo de nosotros mismos en la interpretación, y este dejo es susceptible de
error.
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