La disrupción en el espacio escolar
“Finalmente,
en una sociedad, tenemosinstituciones
distintas, de las cuales unastienen
como tarea mantener el ordeny
las otras sirven para convencer alos
ciudadanos del carácter legítimode
ese orden.”
S. Moscovici
¿Qué
sucede en la escuela con las conductas disruptivas? ¿Qué
significación adquieren si consideramos que la institución escolar es el aliado
principal de la sociedad para normar la existencia de las personas, para
normalizar a los futuros ciudadanos? ¿Cómo resolvemos la necesidad de silencio,
quietud y atención que requerimos para el logro de nuestro propósito de
“enseñar”? ¿Qué ofrecemos a los chicos que están dispuestos a convertirse en el
Robin Hood de la infancia negándose a participar del orden establecido y que
enarbolan la bandera del irrespeto? ¿Qué representan estos niños en el contexto
escolar?
Evidentemente, son un problema. La institución escolar se
sostiene sobre el respeto hacia los códigos de conducta que rigen a la vida
humana de una sociedad. Los docentes sufrimos en las aulas porque los padres no
educan a sus hijos y nosotros no podemos, por cuestión de tiempo, educar a los
hijos ajenos y además enseñarles. Esto rebasa nuestras posibilidades. ¿Es
realmente así? ¿Podemos separar el aprendizaje moral de la vida en colectivo
del aprendizaje académico? ¿Tienen nuestros alumnos actualmente la posibilidad
de conformar su identidad social en otros espacios y tiempos de su vida diaria?
La escuela ha sido desde siempre el espacio por excelencia para la
socialización de las personas, pero, en los últimos tiempos, ha llegado a
convertirse en el único para un gran número de infantes y adolescentes.
Mi propuesta de la Educación Libre en el marco
institucional no en vano enfatiza la cuestión de la institución. El hecho de
que la vida social de niños, adolescentes y adultos esté circunscrita en el
contexto institucional le da un matiz particular y único a lo que sucede cada
día en el patio y en las aulas de una escuela. La Educación Libre se inscribe
en el ámbito del interaccionismo simbólico y de las teorías de la identidad. A
partir de los lineamientos de mi propuesta, estudio los fenómenos escolares a
los que me he enfocado y que se refieren al abordaje de las diferencias en la
vida escolar institucionalizada.
Desde esta perspectiva, las conductas disruptivas
adquieren una significación particular, distinta a la que las asume como un
problema a erradicar, como un obstáculo para el buen logro de los propósitos
escolares. Por supuesto que no soy la única que entiende estas conductas como
un lenguaje. Más allá de la intencionalidad disruptiva de un acto de
desobediencia, se encuentra un individuo de corta edad que está tomando una
posición y que está comunicando algo. Y en este envío de información cifrada
como reto, como falta de respeto, como agresiones, ha colocado lo que no logra
ajustar interiormente con respecto a su inserción y funcionamiento en lo
social.
En el primer texto que escribí sobre este tema y que se
titula “Avistamiento de la disrupción”, planteo ya un atisbo sobre la decisión
de algunos seres humanos por ejercer como característica de su comportamiento
la disrupción en el marco de lo social. Menciono en este escrito que se sabe
que estas conductas pueden resultar de una incomodidad imposibilitada a
expresarse tal cual por, quizá, desconocimiento del propio sujeto con respecto
a lo que le sucede.
Ser conscientes de nuestras reacciones es muy difícil,
por lo general simplemente suceden. Cada ser humano reacciona o acciona de
distinta manera y en automático frente a las mismas situaciones en el universo
de lo social. Las razones por las que unos reaccionamos de una manera y otros
de otra no están claras. ¿Hay un componente genético? ¿Son aprehendidas desde
la infancia en el ambiente familiar? ¿Responden únicamente a un funcionamiento
químico diferente de ciertas zonas del cerebro? ¿Es una combinación de todos
estos factores? ¿Es posible determinar, conocer, explorar el porcentaje en que
cada uno de estos factores incide en la tendencia a reaccionar de una u otra forma?
La dificultad para comprender y construir certezas sobre los
motivos del comportamiento humano ha llevado a la exploración cada más profunda
de nuestro cerebro (además del gran avance tecnológico que permite
exploraciones cada vez más precisas). Al no lograr clarificar lo intangible
estamos buscando respuestas en el universo de lo verificable. Y entonces hace
su aparición la medicina para la conducta, la promesa envasada de la normalización
para el que no cabe en este mundo institucionalizado y regulado por códigos
inasequibles para quienes miran y experimentan la vida desde diferentes
trincheras.
Volviendo a las conductas disruptivas tenemos entonces un
grupo minoritario de sujetos que tienden a establecer su línea de ataque, su
queja frente al mundo, su comunicación de la incomodidad, en el universo de la
disrupción. Los hay de corta edad, pero también los hay en edad adulta: hombres
y mujeres negados a la integración suave y sin reparos de los códigos de la
“buena conducta”, de la “moral” que habría de regir sus actos sociales.
Y, ¿qué sucede en un aula donde estamos intentando
convivir y “enseñar” cuando se encuentra uno de estos niños? Porque en la vida
escolar es posible lidiar con el tímido, con el hilarante, con el inquieto, con
el que habla mucho, con el que va a al baño 20 veces por minuto, con el que no
entendió, con el que entendió de más y etcétera, etcétera, etcétera, pero no
estamos dispuestos a lidiar con el que agrede, con el que insulta, con el que
se burla, pega, avienta, reta y desquicia y amenaza a la “convivencia sana y
pacífica” que TENEMOS que lograr en el aula. A ése no lo podemos tolerar. A ése
hay que cortarle de tajo el atrevimiento a ser diferente, a expresarse de
manera tan poco atinada, a existir entre los demás con tan poco tiento. Ese
sujeto no cabe, no tiene ni debería tener lugar entre los otros que resultan
lastimados, agredidos, insultados, empujados, burlados. A ese es imperativo
corregirlo, excluirlo, borrarle su Yo-disruptivo para diseñarle una
personalidad que no nos sacuda, que no nos amenace, que no nos mueva de nuestra
zona de confort.
Toleramos todas las expresiones de la conducta excepto
aquellas que se manifiestan en el terreno de la violencia.
Y entonces traigo aquí lo que escribí en un segundo texto
sobre la disrupción titulado “Hipótesis sobre la disrupción” en el que analizo
la narrativa familiar “pacifista y moralista” que persigue, acosa y pretende
controlar la vida infantil minuto a minuto en esta circunstancia actual de los
niños sin permiso para andar por las calles de su colonia y tener tiempo para
existir en la desobediencia lejos de la mirada adulta.
La escuela da continuidad a esta narrativa y condiciona
las consecuencias positivas y la cómoda estancia de los niños a un “buen
comportamiento” entendido como la posibilidad de dar una clase con niños
“obedientes” que escuchan y participan y la posibilidad también de no tener
conflictos demasiado complejos que resolver en el ámbito de la convivencia
entre pares. Aunque digamos que no esperamos que nuestros alumnos siempre se
porten bien, aunque sostengamos que somos tolerantes y capaces de trabajar con
cualquier tipo de alumno, basta lidiar más de un mes con un chico que golpea,
que insulta, que se burla constantemente para conocer el límite de nuestra
tolerancia y de nuestra buena disposición.
Y vienen entonces los discursos sobre la necesidad de
respetar, de no ser violentos, de hablar antes de pegar, de salvar la dignidad
propia siendo buenos compañeros y alumnos y otro largo etcétera, etcétera,
etcétera. Y entonces hablamos con los papás y encontramos a otros adultos de
acuerdo con nuestro discurso, pero igual de perdidos en la búsqueda de
soluciones para el chico en cuestión. Y la pregunta se sostiene en la
incertidumbre: ¿cómo borramos a este niño para convertirlo en uno “mejor” o
que, cuando menos, sí quepa entre los demás, entre todos los otros que somos un
nosotros, que somos la mayoría?
En el siguiente texto terminaré de abordar este asunto
desde la perspectiva de la Educación Libre en el marco institucional, pues la
posibilidad de trabajar con este alumnado desde un posicionamiento distinto
requiere de un espacio más amplio del que me resta en el papel para esta
ocasión.
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