Avistamiento de la disrupción

 



“El objetivo de la teoría no era mostrar
que las minorías pueden influir tanto
como las mayorías, sino ampliar el campo de
la psicología a nuevos fenómenos de la innovación,
de la revolución, de la disidencia, de la herejía,
y así sucesivamente, que son fenómenos
psicosociales del más grande interés práctico.”

S. Moscovici


Hace poco, leyendo acerca de la inclusión, me quedé con esta idea de que no es una meta que se alcanza y ya nos podemos quedar tranquilos porque hemos llegado a ella. La inclusión no es una meta sino un proceso; un proceso que está constantemente siendo alterado, modificado, permeado, reconstruido por los movimientos internos y externos de los participantes, pues la inclusión es un concepto-acción para la vida humana y en ésta nada permanece inamovible. La condición humana es el cambio, condición sine qua non del mundo natural.

            En este sentido, cuando el esfuerzo está enfocado hacia la inclusión, precisando, educativa o, mejor dicho, en el espacio escolar, se van descubriendo, encontrando, nuevas facetas, áreas, aspectos o perspectivas que van nutriendo tanto el posicionamiento del investigador-educador como las dimensiones para el estudio y la misma renovación del objeto de estudio como fenómeno interaccional implicado en el ámbito de la inclusión, de la diversidad.

            En este camino vengo ahora a encontrarme con un fenómeno que ha estado desde siempre presente en las aulas, pero al cual no había prestado mayor atención, pues mi interés no había tenido motivos para enfocarse ahí. Este fenómeno se refiere a las conductas disruptivas. Y este se ha convertido en un nuevo espacio de exploración y análisis para abordarlo desde mi propia propuesta: la Educación Libre en el marco institucional. El tema no es nuevo, sin embargo, la perspectiva que propongo para su estudio sí lo es.

            El estudio del arte realizado hasta ahora no me ha llevado a encontrar nada que se vincule con lo que poco a poco iré exponiendo en este y otros textos con respecto a las conductas disruptivas. Las investigaciones y teorizaciones exploradas a la fecha convergen en un mismo punto: las conductas disruptivas son algo que se debe eliminar; las propuestas para hacerlo son variadas, pero todo lo que he revisado hasta este momento apunta hacia el mismo propósito. En cuanto a su origen o a la razón por la cual surgen o se manifiestan en una persona, no hay nada claro, definido y muchos menos consensuado.

            Esto es algo que sucede muy a menudo en el universo de las diferencias comportamentales: no ha sido posible identificar su origen o las razones que justifiquen su aparición. Sabemos que, por ejemplo, un estado de ansiedad exacerbado o una incomodidad interna provocada por alguna situación particular, pueden encontrar en las conductas disruptivas una forma de expresarse, un way out, incluso pueden responder a un intento de reestablecer el orden interno alterado por el entorno o por un desbalance químico. Lo que no tenemos claro, de lo que no tenemos certeza, es del porqué, por cuál motivo una persona (niño o adulto) elige las conductas disruptivas para expresar o regular sus emociones.

            Es curioso analizar el propio término y su significación, pues disruptivo es considerado, cuando se vincula a la conducta escolar, como una irrupción en el ambiente social con un pretendido propósito: alterar u obstaculizar el flujo de una actividad. Y tiene una connotación negativa. Sin embargo, en otros ámbitos como el empresarial o el político, la disrupción tiene una connotación positiva pues representa la posibilidad de la innovación. Y esto es fundamental para lo que quiero plantear aquí.

            Desde la perspectiva de Moscovici y su psicología de las minorías activas, la disrupción ocupa un lugar trascendental en la construcción social de la evolución humana. Claro que este rol contestario e innovador de la desobediencia adquiere sentido y trasciende cuando se va de la simple desviación social, entendida desde el concepto de desviado en la sociología de la desviación y en la teoría de la etiquetación, hacia la conformación de una minoría que se manifiesta desde su singularidad y resistencia. Son minorías nómicas que, a diferencia de las anómicas, son propositivas, activas, por mantenernos en la línea discursiva de Moscovici. Y este autor encuentra en estas minorías el motivo, la fuerza, el origen de los cambios sociales que acompañan, dan sustento, sentido y dirección a la evolución humana.

            ¿Qué sucede entonces en el ámbito de la conducta en el contexto escolar, en lo referente a la “formación” de los niños y los adolescentes? Pues resulta que en este espacio social la disrupción es un problema, es un fenómeno que requiere de un abordaje “especializado” enfocado a su extinción. Y entonces crecemos dispuestos a condenar y erradicar estas conductas cuando surgen en alguien con quien tenemos un vínculo; aprendemos a juzgarlas negativamente, a temerles, a mirar únicamente la parte en la que tienen que ver con faltas de respeto y agresión.

            Y los árboles no nos dejan ver el bosque. Y terminamos condicionando la inclusión a las “buenas maneras”.

            En fin, tal como menciona el título del presente texto, este es sólo un avistamiento de la disrupción. En los siguientes escritos iré profundizando en la perspectiva que propongo desde la Educación Libre para significar y acompañar este complejo universo de las conductas disruptivas.

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