De la libertad o del tropiezo con los miedos

 



“Te lo repito: no hay para el hombre
deseo más acuciante que el de encontrar
a un ser en quien delegar el don de la libertad
que, por desgracia, se adquiere con el nacimiento.
Mas para disponer de la libertad de los hombres
hay que darles tranquilidad de conciencia.”

F. Dostoievski

 

Hablar de la libertad es siempre un riesgo, me atrevería a decir que es, incluso, un atrevimiento. Sin embargo, al ser un elemento fundamental en la Educación Libre, habré de intentar su abordaje. Ya Nietzsche, Dostoievski, Fromm (de mis autores predilectos) entre muchos más que han escrito sobre el tema, insistieron en que la libertad implica, en primer lugar y por sobre todas las cosas, un conflicto para el ser humano. Ese tan aparentemente apreciado sustento de la vida humana, de la plenitud y podría decirse que hasta supuesta condición de la felicidad, resulta abrir la puerta a una más de las tan seductoras contradicciones de la existencia.

          Y quiero comenzar este recorrido por la idea de la libertad indagando qué es lo que la antecede, es decir, cuál estado en la vida del hombre es aquel del que pretendemos liberarnos, pues siempre (o casi siempre) se habla de la libertad como un algo a conseguir, alcanzar o conquistar o, en su caso, reconquistar si seguimos a Dostoievski cuando escribe que nacemos con ella. ¿Qué hay cuando no somos libres? Por supuesto, no haré referencia en ningún momento del texto a la prisión-cárcel-reclusorio que resguarda a las personas de una libertad física, sino que todo el tiempo habré de referirme a la libertad como un estado en la vida del hombre que no está retenido en ningún lugar.

          ¿Qué hay antes de la libertad? Más que una prohibición o una limitación impuesta desde afuera, lo que encontramos es el conjunto de dependencias que desarrollamos desde el nacimiento. Quizá, de comienzo, tengan que ver con la necesidad de sobrevivir, y más que necesidad es un impulso; la necia tendencia hacia la vida. Posteriormente, estas dependencias vinculadas a la sobrevivencia se interiorizan y el miedo ya no es a morir de hambre, biológicamente hablando, sino a morir de inanición afectiva… esa eterna confusión tan humana entre el alimento físico, el afectivo y el espiritual…

          Muchos autores han navegado ya por estos lares (Klein, Dolto, Winnicott, por mencionar algunos) tratando de desmembrar los primeros afectos para encontrar el rastro de la dependencia primaria y poder darle sentido a ese miedo a la libertad con el que crecemos y maduramos la vida interior. No dejan de ser aproximaciones, supuestos, teorías sobre los supuestos, supuestos teóricos, pues es imposible obtener un testimonio-reflexión de un bebé. Y al final, qué más da conocer el cómo y el cuándo del origen de las dependencias… lo cierto es que resulta sumamente complejo definir la libertad a partir del análisis de las dependencias, parece más factible hacerlo a partir de los miedos que nos cohabitan y que, por el simple hecho de existir, nos indican el camino hacia la libertad: siempre viajando en dirección opuesta.

          De la dependencia, no es lo que se obtiene lo que queda impreso en el alma, es el miedo a no tenerlo, a no conseguirlo, lo que se almacena piel adentro. Más que dependencias, acumulamos miedos y establecemos vínculos con el mundo, con los otros y con nosotros mismos en una búsqueda infructuosa de subterfugios para soslayar la conciencia del miedo. Las dependencias nunca alivian el miedo que las atrajo, que las creó, que las vinculó a nuestras vidas. Pero el ejercicio del control que establecemos con ellas nos permite una falsa, pero real, sensación de seguridad (que no de certeza). Porque toda dependencia es sinónimo de control; aún en el caso de percibirnos como “dominados” estamos participando en un juego donde siempre habrá algún aspecto que controlamos; ya el simple reconocimiento del objeto-sujeto al que somos dependientes es un atisbo de control y es preferible a la incertidumbre que nos provoca el miedo profundo y de origen desconocido que cargamos desde siempre. ¿Qué puede salvarme entonces de la búsqueda de dependencias que alivien mi necesidad de controlar aquello que me provoca tanta incertidumbre? ¿Cómo dejar de temer al abandono o a la pérdida, a la no obtención de satisfactores? ¿Qué hay de las dependencias “sanas” o “positivas”? ¿Realmente es posible educar para la libertad? ¿Y qué diantres es entonces la libertad?

          En el contexto de la Educación Libre que propongo, la libertad no se refiere al rompimiento con las dependencias ni al abandono del miedo. En este contexto, la libertad está vinculada con la conciencia y la toma de decisiones… una toma de decisión consciente.

Conciencia, valentía y decisión: la fórmula para el ejercicio de la libertad.

          Considero que el proceso de creación y de trascendencia de dependencias y miedos, ha de acompañar siempre al hombre en su trayecto por la vida. Creo que somos seres dependientes y creo también que el costo de ser racionales es el miedo. Así que, en el contexto de la Educación Libre no se trata de “superar” dependencias y miedos. Se trata de identificarlos, de ser conscientes de su existencia y de la forma en que inciden en nuestra vida, la manera en que afectan a la emoción, al pensamiento y a la acción. Al tomar conciencia es posible reconciliarse con lo que sucede, dentro y fuera de uno mismo; es posible (y necesario) identificar las ganancias que se obtienen de estas dependencias y de estos miedos, pues siempre dan un servicio, una “ayuda”, para reconocer lo que se está dispuesto a soltar y lo que no, así como los riesgos que habrá que a afrontar y evaluar si se tiene la capacidad para ello, y también lograr claridad sobre el objetivo que se pretende alcanzar. Y entonces, armados de valentía y conciencia, tomar una decisión.       

          La educación creadora abre este camino hacia uno mismo y en un contexto inclusivo regulado por lo moral tarde o temprano surgen las confrontaciones con este mí-mismo, pero el lenguaje creador, el discurso interno libre, abren las puertas para la exploración de los recovecos en los que se esconden los motivos y las ganancias de las dependencias y los miedos. El educador acompaña, escucha y presta su propia valentía para allanar el camino de sus educandos. No fuerza, no promueve intencionalmente, no abre puertas que no se han abierto por sí mismas; esto sería un atropello, una imprudencia.

          En el camino de la Educación Libre cada sujeto es el único responsable de su propio proceso, de iniciarlo, continuarlo, detenerlo, abandonarlo; y ni siquiera es condición ir al encuentro de lo que duele, de lo que asusta, de lo que está pendiente, y mucho menos es condición hacerlo público. Sin embargo, en un espacio inclusivo, donde prevalece el desarrollo del juicio moral, donde existe el derecho a existir tal cual somos, donde no se ha de renunciar a uno mismo para pertenecer (ni a la mínima parte de lo que se es), es inevitable que se abran los caminos de la exploración, del crecimiento interior, del autorreconocimiento y del deseo de mejorar, de continuar diseñando una vida cimentada en la plenitud.

La libertad es entonces el derecho a una existencia fundamentada en la valentía, la conciencia y la decisión.

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