La Educación Libre: ¿en el marco institucional?







“-Hasan, no exageres.
Sádeq intervino:
-La exageración es mejor que la negligencia.
O, de lo contrario, nos pillarán por
donde menos lo esperamos.”
N. Mahfuz

 

Si algo he amado durante toda mi vida son las contradicciones, esas ideas que al final resultan, más que opuestas, complementarias. Hablar de Educación Libre circunscribiéndola al ámbito institucional es una de estas contradicciones. Cuando se aboga por una educación diferente, alternativa, liberadora, crítica lo que suele emparejarse es la necesidad de transformar el sistema total, de redefinir a la institución educativa, incluso se aboga por desaparecerla como tal para construir otras formas de colectividad escolar. Para analizar más profundamente estas ideas con respecto a la institucionalidad de la educación, habría que sumergirse un rato en el universo teórico del concepto “institución” para husmear en todas sus acepciones, aspectos, actores y posicionamientos, lo cual está muy lejos de constituir el propósito de este texto.

Para fines prácticos y de mayor claridad, tomo a la institución escolar en su acepción más cotidiana, menos compleja y entendida bajo los términos de la escolaridad actual: un sistema compuesto por docentes, alumnos, padres de familia, directivos, supervisores, jefes de sector, administradores, intendencia, edificios, salones, oficinas, inscripciones, altas, bajas, exámenes, contenidos curriculares, grados escolares, niveles de educación, boletas, calificaciones, tareas, práctica docente, proceso enseñanza-aprendizaje, secuencias didácticas, planeación, consejos técnicos y todos los demás componentes que en este momento pudieran estar escapando a mi memoria.

En este entendido, insertar la idea de una Educación Libre que se ejerza en el ámbito institucional tan condicionado, tan determinado por reglas, por tradiciones, por expectativas, por normas, acuerdos, programas, modelos y demás limitantes de lo que pudiera considerarse como libertad en la vida escolar, parece no tener sentido o, de plano, inscribirse en la lista de las victorias pírricas que el sistema educativo permite a cualquiera que pretenda ponerse alas para, cuando menos, sobrevolar y proponer algo distinto.

En lo que a mi propuesta se refiere, la institución escolar, con todos sus defectos, con todas sus limitantes, con todas sus deformaciones, desempeña un rol importante en la vida de las personas. Y no me refiero a aquello de la “transmisión de la cultura, de los valores, de las tradiciones”, tampoco me refiero a lo otro que reza que “la educación es el instrumento por excelencia para la manipulación del poder, del Estado, de los gobiernos, para el sometimiento, liberación o formación de líderes o de mano de obra barata” o lo que sea que tenga que ver con la mediatización que se pudiera ejercer en una sociedad a través del currículo escolar.

La educación, o el sistema educativo, o la institución educativa pueden ser todo esto y más, sin embargo, esto no se contraviene con la relevancia que tiene, en el contexto de la vida social del ser humano, la pertenencia a la educación escolarizada. Y no me refiero tampoco a la “transmisión de conocimientos”, a la “instrucción de los educandos” ni a la “construcción de los aprendizajes”. Esta actividad la pueden realizar con un poco de calma, tiempo o presión (como lo ha dejado clarísimo este tiempo de pandemia-escuela virtual) los propios padres de familia o cualquier individuo con buenas intenciones fuera del contexto escolar. La explosión del Home schooling en la actual generación de padres es una evidente muestra de que tampoco es en este ámbito en el que radica la importancia de las escuelas como institución. Es decir, que la construcción y transmisión del conocimiento no requiere forzosamente de todo el cuerpo de la institución escolar para realizarse.

¿Qué es, entonces, por lo que abogo por la escolarización? ¿Cuáles son las ventajas de pertenecer al sistema escolar? ¿Por qué es importante la institucionalización en la vida de las personas? Pues por la misma razón por la que la institución surge como tal en la historia de las sociedades. La institución emerge como símbolo del orden, pero se trata de un orden superior, un orden que trasciende a las decisiones, puntos de vista u opiniones de las personas que la construyen. Al institucionalizar se genera un ente que sobrepasa al poder humano para categorizarse a un nivel, como decíamos, superior que se regule a sí mismo y que permita delinear lineamientos, condiciones, niveles, características, requerimientos, etc.

Solemos pensar que las instituciones estorban a la vida cotidiana, incluso las responsabilizamos del atraso en muchas áreas del desarrollo humano. Sin embargo, en un análisis más detallado, podemos encontrar que la institución como tal no es el problema de fondo, sino la traducción, uso y deformación que se ha hecho de este símbolo del orden y la organización social. La institución finalmente se erige sobre una real necesidad de estandarizar y/o coordinar el flujo de las relaciones, del tipo que sean, entre un número cada más grande de seres humanos activos en las sociedades. Y hay infinidad de autores que han dedicado sus días y su obra a realizar muy interesantes análisis acerca de esta cuestión y las realidades, mitos, interpretaciones, imaginarios, elementos, deformaciones, actores y demás aspectos involucrados en el devenir institucional.

En lo referente a la escuela, la institucionalización se convierte en el verdadero sentido del sistema educativo. Los niños, jóvenes, adultos y viejos, comprobado dicho sea una vez más en estos tiempos de pandemia, desarrollamos conocimientos por múltiples caminos. Pero no nos podemos constituir socialmente a nosotros mismos, no podemos aprender a vincularnos con lo ajeno a partir de nosotros mismos, no podemos traducir los comportamientos sociales mirándonos a nosotros mismos, no podemos insertarnos en una colectividad ajena a la cultura familiar sin atravesar algún espacio de índole institucional. La escuela institucionaliza los días para inscribirnos en la totalidad de lo social, como un pasaporte a la existencia formalmente colectiva, y al mismo tiempo nos inserta en la supradimensionalidad de la humanidad moderna, nos da pertenencia como especie racional organizada.

Aprender a transitar por la institucionalidad es el proceso que se desarrolla todos los días en las escuelas formales que pertenecen al sistema educativo oficial, digámoslo así, de cada grupo social, país, región, estado. Este ha sido también un aspecto muy interesante de la escuela virtual, pues si lo miramos con detenimiento, lo que se ha pretendido sostener es a la institución como tal; se ha estado dispuesto a reconsiderar la cantidad de contenidos temáticos, de trabajo escolar, de tiempos de clase, pero no la presencia de la institución. Ninguno de los actores participantes en este drama de la escuela virtual ha negado nunca la relevancia de su continuidad.

No puedo hablar por los países en los que sí se ha suspendido, o por las personas que sí suspendieron las actividades escolares en este tiempo, pero pienso que en estas situaciones se encuentra latente la idea del no pertenecer, la conciencia de que no hay institución. Aún en el caso de los que han implementado el home schooling, con todas sus ventajas, en el total acuerdo con el ejercicio consciente y feliz de la disidencia, se aparece la sombra de la institución rechazada.

Y en este contexto, el de la institucionalidad de las escuelas, es en el que pretendo incorporar la forma de hacer de la Educación Libre. Pero no quería entrar en materia hasta no dejar en claro la relevancia que para fines de esta propuesta tiene la vida escolar desde lo institucional. Lo demás habré de detallarlo en el siguiente escrito, llevando cada componente de esta propuesta sin prisa, con la certeza de estar construyendo un espacio diferente para la existencia.  

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